I En el caso de la Expedición Malaspina, como también en muchas otras experiencias expedicionarias similares desarrolladas a lo largo de los siglos XVIII y XIX, la labor de los artistas se ponía al servicio de un proyecto científico cuyos planteamientos rebasaban ampliamente lo que tradicionalmente se había considerado como su actividad artística. Es decir, su trabajo se convertía en un instrumento no sólo ya de difusión del proyecto expedicionario a niveles de información divulgativa, sino que la tarea artística quedaba implicada directamente en el proceso cognitivo de la actividad científica desplegada en las expediciones. Así, labores relativas a la botánica o a la zoología adquirieron una gran dependencia de la imagen gráfica para poder desarrollar sus herramientas metodológicas en relación con la clasificación y reconocimiento sistemático de las especies.[1]