El porfiriato representó para México, al menos en apariencia, una etapa de estabilidad, paz y prosperidad sin precedentes en su historia como país independiente. Sin embargo, y como afirman algunos autores, muchos de los cuales califican el citado régimen político de «ficción democrática», se trataba de una prosperidad y «una paz imperfecta que se basaba tanto en la represión recurrente como en el consenso popular». Ese difícil equilibrio, que le permitiría mantener el poder más de treinta años, lo lograría apoyándose «sobre una imponente pirámide de clientelas típicas de la sociedad antigua en la que el jefe de Estado actúa como la unión o la articulación entre las dos sociedades antagónicas», la «moderna», representada por la élite en el poder, y la tradicional, integrada por la mayor parte del país[1].
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