Bajo el síndrome de la libertad de enseñanza. La Escuela durante el Sexenio revolucionario

Anhelada conquista revolucionaria

Adelantándose a los acontecimientos, Luis Céspedes había dicho en 1866 —mientras analizaba la correspondencia entre la arquitectura contemporánea y el estado social— que, “o las señales mienten, o todo induce a creer que la época de transición expira y está próxima a inaugurarse una nueva era”[1]. No le faltaba razón. La comunidad universitaria fue pródiga en señales que contribuyeron poderosamente a caldear el ambiente, alentando así un clima prerrevolucionario. Sanz del Río, inspirador del krausismo, había sido separado de su cátedra en 1865, al igual que lo fueron también poco después otros profesores como Emilio Castelar, Fernando de Castro, Salmerón y Giner de los Ríos. La destitución de Castelar, además, provocó una manifestación de estudiantes en Madrid, cuya durísima represión, que se saldó con nueve jóvenes muertos y más de cien heridos, conmocionó a la opinión pública[2]. Consciente del protagonismo que había tenido en el desencadenamiento de una crisis que terminó destronando a Isabel II en septiembre de 1868, el colectivo estudiantil supo sacar tajada de la situación. Su mejor baza fue, sin duda, la libertad de enseñanza, asumida por la revolución como uno de los principios fundamentales de la democracia y refrendada después por la Constitución de 1869. Los profesores krausistas volvieron a sus cátedras y, según se ha dicho, “durante el rectorado de Fernando de Castro (1868-70), la Universidad de Madrid vivió una breve e intensa etapa —algo caótica y no en todo exitosa— de renovación pedagógica y organizativa”[3].

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